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  • Writer's picturePartiendo Puentes

Primera entrada (Enero-Mayo)

Updated: Jan 4, 2020

Yo nunca he sido un hombre de fe.


A lo largo de mi vida ha habido eventos que han incitado en mi un deseo de creer, un deseo por fe, y, en ocasiones, después de unas copas, me he encontrado creyendo que tengo una sed de fe. Eso fue lo que le conteste al muchacho que me preguntaba que era lo que hacia donando dos años de mi vida aquí en Tailandia. Esa vez, íbamos en grupo, pero quedamos sobrando el y yo de la mesa así que nos fuimos a sentar y beber en otra. Conversamos y me encontré diciendo que tenía una sed de fe, que llevaba ya mucho tiempo queriendo creer en algo, en algo más grande que mi propio ser, que quería ser parte de algo y que esperaba encontrarlo aquí.


Y, en cierta manera, así fue. No fue porque, como decían, seria la primera vez que entraría a un cuarto lleno de personas con las que no tendría que explicarles las razones por las cuales estaba aquí, que entraría a un cuarto lleno de extraños que compartían la misma pasión o los mismos motivos y decisiones que los trajeron a este momento. Porque pues no, que me importaba a mi porque lo hacían ellos, si todos tomamos las decisiones que nos trajeron a conocernos en este momento, pero no porque el destino, o lo que fuera, nos halla traído al mismo momento los iba considerar los hermanos de mi alma.


No, no fue por eso, ese no era de lo que buscaba ser parte. Le gente siempre te jodera, de una forma u otra, no buscaba ser parte de otra fraternidad, no. Si debo decir que al principio si te daba un poco de sentido de seguridad, porque si ibas a tener que saltar, pues, bueno, por lo menos no tendrías que hacer solo. Si había un olor a casa, si había compañeros con los cuales me gustaría poder confiar, hasta había unos hispanos con los cuales podría compartir la lengua. Pero por alguna razón u otra, probablemente por culpa mía, yo termine afuera de su grupito. Claro, yo también quede en mi grupito, así que problema no había, ya que comoquiera quedaban otras 55 personas con quien ser amigos. Pero ese no ere el punto, ese no es el punto de esto, y no es el punto de porque vine o el punto de lo que quería creer, personas siempre va a haber, siempre ha habido, y como siempre he terminado dejándolas a todas.


Si, se sentía agosto y tal vez si teníamos algo en común, alguna similaridad en el motivo romántico por el cual habíamos decidido lanzarnos al otro lado del mundo. Francamente, pensando en porque, en la razón tras la cual yo estoy aquí es algo un poco borroso. He llevado tantos años sabiendo que iba a dar este gran paso que se ha sentido como que la vida me ha robado de la decisión. Pero el punto, ahora, siempre jodemos por el punto ¿no? saber el propósito nos embola, querer saber que no somos unos animalitos solamente y nada más. El punto, es que no importaba, ya estaba aquí, y que esa sensación de hambre de fe se había comenzado a saciar desde el momento en el que me preparaba para este viaje.


No importaba si era similar, o no, a estos compañeros, si teníamos las mismas razones o raíces. De hecho, había una chica con la que tuve un sentimiento muy raro que ella también compartió, me dijo. Se sentía como que ya la había conocido, pero no hace un ano o una década sino ya hace vidas. Y hablamos sobre el tema porque era importante esta sensación, que la verdad nunca había sentido con esta magnitud, se sentía como increiblemente comodo, como si fuésemos familia. Y en el momento, en esos meses con las cuales conviví con ella no se sintió como algo extraordinario, en sí. Hablamos sobre el tema, en medio de una peda, en un cuarto de hotel, agarrados de la mano, me reí un poco y le dije -mira, no se lo que es y con ninguna ofensa te digo que nunca vamos a ser nada, pero de alguna forma siento que te conozco. Y ella dijo lo mismo, como si nuestras almas se hubiesen conocido hace ya unas cuantas vidas.


Lo que pasa, es que eso no fue todo, y eso en si no me hizo ver nada, de hecho, no pense nada más sobre el tema, simplemente lo acepte como si fuese cosa normal. Y que sabía yo sobre vidas pasadas, mi lectura sobre el tema había sido muy limitada, algo en el capítulo X de La Republica de Plato y algunas curiosidades más. En esos momentos, en esos días no era mucho para una conclusión, y con un poco de miedo pienso, que pues, conclusión tal vez nunca va a haber. Que por que sería yo más afortunado que cualquier otro idiota, romántico, y apasionado bohemio que va por la vida buscando un propósito y termina conformándose por las mismas cosas que todos los demás, una cena buena de vez en cuando con una buena copita de vino tinto, un viaje a parís para la luna de miel, un trabajo que pone a los niños en la escuela, y si te sientes afortunado, después de que la vida te ha jodido, pues talvez, la libertad de un hobbie que todavía te recuerda un poco como se siente tener vida en las venas.


Si puede que tal vez nunca haiga una conclusión buena, pero vivimos y como los miedosos que somos le tratamos de ver la gran foto, ¿no? como le dicen los americanos, el punto de todo, ¿no? Queremos convencernos de que todo es por algo, que nuestra vida realmente importa, y tal vez si, pero talvez no.


Pero, regresando a este grupo de gente, regresando a este sentimiento que trajo esta desconocida que tenía problemas muy similares a los míos en cuestiones de relaciones con sus padres y perdidas de seres queridos. Regresando, a este grupo de voluntarios, a esta mujer, a el hecho de que yo estaba aquí, de que era en años que sentía como que no iba a morir tirado, olvidado debajo de un puente, rodeado de botellas y de vicios con los que he escapado.


Y no sabía que era eso que estaba sintiendo, eso que las piezas estaban formando hasta que, de pura coincidencia, en una tiendita de libros en Chiang Mai, entre la selección de 8 libros de español conseguí Aleph de Coelho. No es hasta que empecé a leer el libro, a entender sus misteriosas palabras sobre este punto de culminación, el Aleph, sobre vidas pasadas, sobre esa muchacha que el encontró, sobre las circunstancias en las que se encontró y todo lo que sintió. Podría haber sido coincidencia, y pues que tanto valen y pesan las palabras de un brasileño al otro lado del mundo. Yo que se, tal vez no era mas que coincidencia, pero al mismo tiempo era sentir como alguien me explicaba lo que me estaba sucediendo.


Tal vez si hubiera seguido viviendo la misma vida si hubiera muerto debajo de ese puente.


Pero no es que esta experiencia me estuviera salvando, era que, y no me di cuenta de esto hasta que tuve una conversación con otra coincidencia, no era que me estuviera salvando, creo que era que por primera vez en mi vida esta solitud total me forzaba a enfrentarme a mí mismo de una forma salvaje.


Y coincidencia no sé si sea porque cual es la puta posibilidad que haiga terminado en el sitio que termine. En esa casa de bambú, aprendiendo mi quinto idioma, con los Karen, el grupo étnico más grande en Tailandia. Gente verdaderamente extraordinaria, descendientes y hermanos de un grupo perseguido y expulsado de sus hogares en Myanmar durante la guerra civil más larga que ha visto el mundo. Gente de refugiados, de guerreros, gente que te ofrecía todo lo que tuvieran, aunque nada tuvieran, con valores de hospitalidad incomparables. Pero, francamente, yo no sabía nada de ellos hasta que llegue a ese lugar, soy el esclavo de mi ignorancia, yo no sabía ni que existían, así que cual era la posibilidad que de las cuatro personas mandadas a esta provincia en un periodo de veinte años yo haiga sido una, de que esa decisión que mis jefes tomaron en preguntarme si yo estaba de acuerdo de ir a un sitio que no seguía sus regulaciones, que según ellos no eran negociables, pero aquí estaban negociándolas. Aquí estaban ellas, negociándolas, preguntándome, después de ya haberme lanzado y encontrado una rama, una piedra, o una soga de la cual agarrarme, que soltara. Y pues que iba a decir yo, que tanto siempre me ha gustado ser especial.


Ahí viene la primera, justo después de haber asignado los puestos, me dio unos minutos de leer como me iban a mandar a una montaña, con una tribu del norte, donde hablaban un lenguaje que no me habían enseñado, a vivir en una casa que no seguía sus reglas, donde tenía que tomar una pastilla contra la malaria que inducia malos sueños cada día, y dormir abajo de una red de mosquitos, donde los viejitos usaban el opio como medicina. Me dio unos minutos para leer todo esto y viene la primera jefa y le digo “Vale, échamelo, yo lo cargo.” Y pensé que les estaban preguntando a todos, pero después viene la segunda jefa, la de riesgos y seguridad, así que esa si me hace pensar un poco más, sobre todo sus comentarios diciéndome que me asegure de siempre tener minutos en el teléfono, de hablarle siempre que lo necesite, que le informe todo sobre la casa donde viviré, y pues ya son dos pero ya que, yo fui hecho para esto.


Finalmente, viene la jefa de ellas, la de formación y programación y le digo “Bueno, ¿me preocupo o qué?” y me dice que va a estar duro y me dice varias cosas porque así será, que porque tendré que vivir dos mundos, que en el pueblo tendré que aprender su idioma y esas tribus no son muy acogedoras hacia foráneos, que los amigos que haga en la escuela de maestros no son de ahí, que se irán los fines de semanas y las vacaciones y cuando me mude del pueblo a la escuela estaré aislado cuando todos se vallan durante ese tiempo. Va a estar duro, me dice, pero tú puedes hacerlo. Vámonos, ya está hecho, digo yo.


Cuál es esa probabilidad que así hayan salido las cosas, y no digo que los demás hubieran dicho que no pero tampoco que cualquiera podría hacerlo, hubo días en los primeros meses cuando no vi a ninguna otra persona en la escuela, semanas completas habladas en Karen y Thai y signos, fácil no era, y había personas como la chica que me seguía jodiendo que extrañaba a su mama mientras que yo reprimía las ganas de decirle “Bienvenida, cariño, que yo lo he hecho por una década,” pero con una sonrisa para hacerla sentir un poco tonta, decir “Coger el teléfono, y para ti todo se acaba.” ¿Y qué cojo yo? La botella, solamente.


Pero yo dije que sí, y ahora estaba aquí, entre las montañas, volviéndome loquito poco a poquito, de la soledad, pero no la soledad que tu pensarías. No es que no haiga personas, es que, si las hay, pocas pero las hay. Es que, aunque puedas comunicarte con ellos, al mismo tiempo no. No puedes, no puedes explicarte, no puedes tener una conversación que no sea del clima o de la comida, una conversación que no sea superficial. No puedes tener las conversaciones que tanto amaba, esas de las tres de la mañana, con botellas regadas por el piso, cuando se te olvida todo el mundo más que la persona en frente de ti, fumándote un cigarrillo porque ya estas intoxicado, cuando sientes que tu alma está siendo acariciada por otra, cuando hablas de sueños y pasiones, y errores que te han jodido la vida, de personas que amaste, y corazones que rompiste, hermanos que dejaste.


Este es el tipo de soledad que te vuelve loco porque, aunque puedas estar rodeado de personas no puedes comunicarte. En algún lugar leí que la soledad es la tortura más grande para un ser humano. No fuimos hechos para esto. Este siempre ha sido mi gran conflicto, he corrido tantos años buscando esta soledad, tratando de olvidar mis vidas pasadas, que nunca pensé en que sucedería cuando la obtuviera.


Por muchos años trate de huir, de mi casa, de mi idioma, de mi país. La chanza me dejo caer en la división de dos países, la frontera entre dos mundos, el rio que dividía culturas, prejuicios, y sueños. Por muchos años trate de huir de mi cultura, de miz raíces, solo para darme cuenta de que en el sitio en el que había llegado me traía tanta tortura, recuerdo no tener las más mínimas ganas de levantarme y caminar las calles de Boston para ir a trabajar el día después de que ese país, al parecer lleno de idiotas, había elegido a un hombre color naranja para dirigir su odio contra mi gente. Cada insulto haciéndome recordar las raíces que había cortado, empujándome a brincar, a dar el salto y dejarlo todo, e ir a un lugar donde si era que insultos había pues tal vez no los entendería. He huido, he partido, y lo he dejado todo, lo olvidé y lo recordé y hoy, me siento flotando en el espacio, sin hogar, sin raíz, solamente cortado, el hijo prodigo que nunca regreso. Quede maldito, partiendo, siempre partiendo.


Y esa era la ironía, que yo busque esto por mucho tiempo en las Américas, era una más de las drogas que me encantaban, pero nunca conseguía esa euforia por más de unos cuantos días, siempre había que regresar a la vida mundana.


Pero, ahora, ahora nadaba en ella, flotaba en soledad, pero a veces te cansas, y a veces se te mete un poquito a la boca, y también hay veces que hasta te ahoga.


Y así, tratando de encontrar algo de que sujetarme, un tronco viejo flotando por ahí o algo de que apoyarme fue que, mientras salpicando a todo alrededor, dejando y quemando las relaciones que no ocupaba como el psicópata que soy, fue que entro en mi vida una más de estas coincidencias. Y yo sé que tan jodido se ve que tiré a gente como si fueren pañuelos usados, pero es que es más que eso, es que, y justo por esta coincidencia fue que me di cuenta de que era más que solo eso.


Esta coincidencia, esta muchacha que nació en un campo de refugiados aquí en Tailandia, en una casa de bambú, como en la que viví yo mi primer mes y medio aquí, que vivió sus primeros nueve años en campos de refugiados antes de que un programa de la organización de naciones unidas mandase a ella y muchos más a otros lados del mundo, a un mundo del que ella no conocía nada, ella fue la que entro en mi vida en ese momento. Yo estaba buscando información sobre esta gente y apareció una plática de TEDx donde ella hablaba sobre la diversidad en Canadá, de donde vino, y cómo fue que llego ahí. Yo decidí buscarla en el Instagram y después de agregarla me mandó un mensaje queriendo hablar conmigo. Terminamos platicando varias veces, sobre su cultura y su pasado y su futuro, teniendo una de esas conversaciones que tanto extrañaba y una vez de la nada me pregunta “¿Cuál es la época de tu vida que aprecias más?”


Nunca me había entendido tanto a mí mismo que después de esta conversación que nos aventamos cuando agarro fuego esta pregunta.


Puedo decir, honestamente, que al principio si me calo un poco la pregunta, pero me calo no por la audacia que tenía esta mujer de tratar de conocerme, sino porque no podía responderle, y me senté ahí por cuarenta minutos viendo las montañas, yendo en mi mente por varios caminos lógicos para tratar de explicar una respuesta, que le digo que pues mi niñez fue escuela y deporte, que ahí fue cuando aprendí que derrota tras derrota te lleva a la victoria, que practique un deporte donde el individuo es más importante que el equipo, que alguien que me preguntaba cada vez que la cagaba si estaba tonto me hizo querer ser siempre el mejor en todo lo que hiciera y siempre aprenderlo todo para no ser ese tonto, que mi niñez se acabó a los diez años cuando la palabra cáncer se salió de la tele y entro a mi vida, o a la de mi madre, que no tenía muchos amigos, que nunca los tuve, y me doy cuenta más y más que talvez esa niñez estuvo un poco jodida. Nunca fui popular, fui un nerdo, y la secundaria estuvo peor, y luego la prepa donde no conocía a nadie, donde no podía ni hablar el idioma, donde fueron dos años antes de poder decirle a alguien que había muerto mi mama porque no tenía amigos, Que me puse gordo, que me emborraché hasta perder la memoria y vomitar a los catorce y desde ahí me fui convirtiendo en un alcohólico. Que en la universidad no fui más que un drogadicto y alcohólico deprimido.


Y es ahí, llegando al final de este gran monologo, que me voy dando cuenta que he tenido momentos felices, pero en total has sido un desvergue, no hay periodo de mi vida del que he estado orgulloso. Le puedo contar que a los diez estaba entrenando artes marciales en Beijing junto a los mejores deportistas del mundo, con actores, con el maestro de Jet li, que a los diecisiete estuve ahí de nuevo, que me gradué de una de las mejores y más difíciles universidades del mundo, que estoy aprendiendo mi quinto idioma, que he corrido maratones, que he escalado montañas, le puedo decir cosas que he hecho, pero en punto total, en la “gran foto,” no, no hay época que aprecie de mi vida hasta la que empezó el día que le di mi espalda a mi hermano, el hombre.


Le conté que cuando gradué, empecé a vivir como yo quería poco a poco, a separarme un poco de la burbuja en la que había vivido por cinco años, que aunque no era más que un conserje en mi vieja universidad para pagar la mayor parte de la renta, también enseñaba filosofía en el centro de Boston, que en Colorado, aunque era un empacador de cajas, escale montañas y corrí en bosques entrenando para mi primer maratón. Que, en Chicago, trabajando en un zoológico, también escribí historias y recaude miles de dólares corriendo para niños con cáncer, y decidí, por fin, dar el gran salto hacia el viejo mundo y realizar un sueño que había tenido desde chico.


Fue llegando al final de esta conversación que empecé a ver un poco como iban quedando las piezas, a ver hacia que jugada iba, me doy cuenta de que ese día cuando camine en Chicago, preguntándome, dudando, pero que de repente empezó a tocar highway to hell, como calienta la sangre esa rola, dan ganas de meterte en problemas, vale, que más hacemos con nuestras vidas, me pregunto. Desde ese momento sentí que ya me había dado por completo a esta nueva misión, como si estuviera flotando en el rio sin ningún esfuerzo, sentí que todo me estaba ayudando a ir a la dirección correcta. Sabes, como cuando te llega un déjà vu y sientes una afirmación como que “si, aquí debo de estar en este momento.” Así me he sentido, en un déjà vu que ya ha durado cinco meses. ¿Y que la hace la dirección correcta? Pues eso, ese sentimiento, y es un tema como el de la conclusión, el de la gran foto, tal vez nunca se explique por completo, simplemente es un sentimiento.


Me empiezo a dar cuenta que fue esa decisión que, la forma en que me rendi completamente para seguir algo en lo que creía, las decisiones que he seguido, yo solo y para mi, que me han hecho más feliz, desde esos momentos, esa es la época que más aprecio, esta, esta que estoy viviendo ahora mismo. Tal vez ya es hora de dejar el pasado, el coraje que tengo, para ser un poco más feliz.


Cuál es esa posibilidad de todas estas cosas, que me haya lanzado una y otra vez, que me hayan puesto aquí con esta gente que me dirigió a esta persona valiente que me forzó a verme en el espejo.


Podría ser coincidencia y nada más, pero tal vez voy entrando al Aleph y por eso se siente tan bien, tan cómodo. Tal vez esta es la culminación de todas las decisiones que se han hecho por mí y para mí. Por la decisión que mis padres hicieron en casarse, en tenerme, en mandarme a una escuela en los estados unidos, la decisión que mi madre tomo en contarme sus sueños, en la que tome yo cuando ella murió, en seguirlos, en la combinación y la culminación de todas estas decisiones. Y cual sería el fruto de esta realización, pues esa es la pregunta más interesante, pero por el momento hay que vivir. He tardado veinticinco años en aprender que la razón por la cual soy tan frio, por lo cual parezco un psicópata es porque viví veintidós años siendo miserable, dependiendo de otros para mi felicidad. Pues que se joda el mundo, aquí sale el psicópata, aquí sale lo frio, que se joda la persona que me piense esas cosas, pero es que ya me di cuenta de que no vale la pena gastar energía en gente que nunca te va a entender. Que se joda el mundo, que he aprendido a vivir hoy.

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